lunes, 8 de junio de 2009

pandemia

El mejor regalo, una camiseta usada.

Esta mañana me he puesto una camiseta tuya, usada, me he dado cuenta pero me ha dado igual por las prisas y porque he sentido una sensación agradable. En el coche me iba calando algo cómodo y caliente por el pecho y abdomen, se ha extendido a los brazos y rodeado la espalda, al pocotas piernas el culo y en el momento en que ha llegado ha la polla, la rigidez más absoluta reapoderado del miembro y de todo pensamiento. Solo en el asiento trasero, he comenzado a tocarme con una mano los testículos y agarrándola fuerte con la otra deseando tener más. Sudor intenso a las 8 de la mañana, sexo. Una serie de imágenes ocupaban todo el espacio consciente, me sentía muy bien. Al llegar al trabajoso podía relajarme, con una actitud extraña a ojos de los compañeros he corrido a la taquilla donde pronto han acudido al escuchar los gritos de desahogo y dolor, empapado de de sudor he intentado quitarme la camiseta y se me ponía más dura y más y más, hasta que al romperla y quitármela me ha estallado la polla salpicando todo el vestuario de semen gritos y sangre.
En el hospital, veo como una enfermera observa la camiseta, la huele, la palpa y paralizado sin querer hacer nada veo como se desnuda, se aprieta los duros pezones, se chupa los dedos y se mete la mano bajo las bragas; se ha puesto la camiseta. Le brillan los ojos, gruñe, desprende un calor que me alcanza, otra vez no Dios pero si si, aún casi sin polla siento como toda la sangre de mi cuerpo acude a lo que queda de ella, no grito ni me muevo, sólo miro como la enfermera me quita las vendas ensangrentadas y comienza a comerse la carne viva, gime y tiembla mientras se masturba, pierdo la conciencia cuando alza la mirada se relame y me besa en los ojos.

Sergio Marín.

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